sábado, 18 de octubre de 2008

Los Incas

¿Quiénes son los Incas? ¿Dónde y cómo vivían? ¿En qué época?Siempre me había preguntado acerca de esta tribu pero nunca con especial interés. Sin embargo estas inofensivas cuestiones se fueron agravando en mi interior cuando el otro día, al entrar en el súper mercado, apoyado en el marco de la puerta encontré a un hombre. No tiene nada de especial -pensé en un primer momento- sin embargo, le eché algunos céntimos que me sobraban, en su roída y sucia gorra del Real Madrid, enseguida vi como su rostro se transformaba por completo y una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en él mientras decía:- ¡Que Viracocha te bendiga!Me quedé algo pensativo mientras intentaba registrarlo en mi cabeza, sin pensármelo dos veces le pregunté a quién se refería con ese nombre tan extraño. El hombrecillo esquelético me lanzó una mirada cargada de extrañeza pero sin malicia, comprendiendo mi ignorancia acerca de estos temas. Enseguida se apresuró a explicármelo.Se trataba del dios más importante de la tribu Inca, su creador y por ello el más temido y poderoso de todos. Me quedé estupefacta ¿Se traba de un auténtico descendiente de la tribu Inca? Así era.El curioso individuo que tenía frente a mí, se remangó la camiseta burdeos que le tapaba los nudillos y descubrió un curioso tatuaje que tenía en la parte inferior de la muñeca. Se trataba de un disco dorado con una cara humana cercada por rayas brillantes. La representación de Inti, el dios del sol, se entremezclaba con las hinchadas y marcadas venas de Quilli, mi amigo se encontraba extremadamente delgado.Le pedí con insistencia que por favor me contara algo más acerca de su peculiar tribu. Amablemente se mostro dispuesto a disipar todas mis dudas. Con un tono entusiasta me ilustraba situándome a finales del siglo XIV, cuando el imperio Inca comenzó a extender sus territorios hasta la región de las montañas Andinas de América del Sur. Sin embargo esta operación fue interrumpida por la invasión española en 1532. Por aquel entonces controlaban lo que ahora conocemos como Perú, Ecuador y también una gran parte de Chile, Bolivia y Argentina. No tenía ni la más remota idea de que los españoles hubiéramos estado a la cabeza de un imperio semejante:

La leyenda contaba que Manco Cápac y Mama Ocllo salían del lago Titicaca reciben una vara de oro de su padre y se dirigen hacia el noroeste para cumplir la misión encomendada por su padre. Debían detenerse allí donde la vara se clave en el suelo, enseñar a los hombres a cultivar la tierra, cuidar de sus ganados y respetar a sus dioses y a las mujeres instruirlas en las artes domésticas. El lugar elegido fueron las alturas de Huanacari y la ciudad de Cuzco. Me quedé sumamente intrigada sobre cómo serían sus dominios. Mi entrañable fuente de información me describió la zona como un lugar con gran diversidad de terrenos y climas muy marcados. Ocupaba una larga franja desértica de la costa, entrecortada por ricos valles irrigados. Su variopinto relieve constaba tanto de altas y rocosas montañas como de valles frondosos y fértiles. En ese momento me morí de envidia, al visualizar en mi cabeza una imagen parecida a esta:
Cada vez con mayor impaciencia le atosigaba sin parar a infinitud de preguntas, pero él optó por no hacerme ni caso y seguir con el trascurso de su descripción. Los edificios poseían un estilo altamente funcional, tras lo que se escondía un avanzado estudio de ingeniería y trabajo de la piedra con una estructura de un solo piso y un perfecto ensamblado de piedras talladas. El mayor ejemplo de ello era la famosa ciudadela andina de Machu Picchu, se trata de las ruinas de una antigua ciudad Inca que refleja a la perfección la distribución de dichos complejos urbanos, construidos con adobe (cal y tierra) que muchas veces se veían obligados a adaptar al relieve de la rocosa zona:
Mientras hablaba de estas ruinas, pude discernir en su cara una soñolienta sonrisa que me daba a entender cuanto extrañaba su hogar, su lengua: el Quechua y su gente. En ese momento hizo una pequeña pausa y yo aproveché para mirar la hora. El reloj marcaba las 20:30 y le había prometido a mi madre que estaría en casa a las 20:00 con los huevos que le faltaban para la cena de esta noche con unos amigos. Me vi obligada a irme corriendo sin apenas despedirme de Quilli, tan solo con la firme promesa de que pronto volveríamos a vernos.

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